Paternidad: ahí donde se juntan el cielo y la tierra

Hola. Estoy celebrando la publicación de mi libro electrónico titulado «Paternidad: ahí donde se juntan el cielo y la tierra». Ya está disponible en Amazon, iBooks y Google Play Store. Mientras tanto, les comparto la introducción de ese libro como un texto para fomentar el diálogo. Espero que les guste… y que compren el libro 😉

Tomado de «Paternidad: ahí donde se juntan el cielo y la tierra», Introducción:

La dimensión espiritual

Todos los hombres estamos llamados a la santidad[1]. Y la santidad consiste en la plena identificación y comunión con nuestro Señor Jesucristo. Con la ayuda de la gracia y de un incesante comenzar y recomenzar de nuestra parte, cada uno de nosotros debe llegar a ser otro Cristo, el mismo Cristo[2].

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Pero esa santidad se realiza según las circunstancias de cada uno, determinadas a la vez por la especial vocación espiritual que Dios ha infundido en el alma.

Para la inmensa mayoría de los hombres, el llamado de Dios se concreta en la vocación al matrimonio y, por ende, en la misión de formar una familia y sacarla adelante.

En ese sentido, ser esposo y padre de familia es una particular manera de encontrar a Cristo, una específica manera de buscar la santidad, de corredimir.

Corredimir: una palabra que resume de modo pleno el sentido de la vida terrena. Como señaló desde la antigüedad San Agustín, nuestro corazón ha sido creado para Dios y estará inquieto mientras no descanse en Él. Pero “descansar” el corazón en Dios significa trabajar por construir la sociedad temporal según Él. La labor de todo cristiano se sintetiza en su aporte para encarnar, hacer realidad en cada momento y en cada lugar las infinitas gracias obtenidas por nuestro Señor Jesucristo en el momento de la Redención. Así, la vida de un cristiano es la feliz encarnación de todo lo que Jesucristo hizo posible por nosotros y para nosotros.

Por supuesto, dada nuestra naturaleza humana, hemos de padecer y sufrir, como mínimo, las dificultades propias de cada actividad cotidiana. Pero Dios cuenta con ello y nos permite que ofrezcamos esas dificultades, ese cansancio, esas penas, para identificarnos más con Él, para ser Él. Esa es la corredención a la que estamos llamados. Santificarnos es asumir nuestra misión como corredentores: imitar a Cristo en su entrega incondicional hasta la muerte.

Ser esposo y ser padre es esa maravillosa oportunidad de hacer que el Reino de Jesucristo se realice en una familia, con toda la alegría que esto conlleva –por eso una familia cristiana ha sido calificada como un paraíso anticipado–. Y, por otra parte, es oportunidad para ofrecer las dificultades y ofrecerse uno mismo como holocausto a Dios por el perdón de los propios pecados, y los de todos los hombres y mujeres del mundo.

Es así como ser esposo y ser padre es una manera concreta de ejercer el sacerdocio común de los fieles[3]. Un esposo y padre se ofrece a sí mismo y ofrece su trabajo y dedicación a la familia, y lo hace sobre el altar que Jesucristo instaura en cada hogar como efecto del Sacramento del Matrimonio.

Por supuesto, aunque todo ello es sublime no está exento de dificultades, porque un padre no deja de ser en el fondo un ser humano necesitado de ayuda. Pero esa necesidad, sobre todo de ayuda espiritual, es lo que da paso a la necesidad de buscar el diálogo con Dios en la oración, de frecuentar los Sacramentos y de luchar cada día contra los propios defectos.

Una familia feliz es un paraíso anticipado, pero al fin de cuentas sólo anticipado; es una peregrinación hacia una nueva patria. Pero es una peregrinación gozosa que tiene sentido, y su sentido es gozar de Dios eternamente.

El propósito de las páginas que siguen es compartir experiencias personales de cómo se pueden aprovechar las situaciones más comunes de la vida en familia para buscar a Cristo, encontrar a Cristo y amar a Cristo.

No es mi propósito insinuar que determinados momentos de intensa vida espiritual sean el estado permanente de un padre de familia. En realidad, la vida de esposo y padre es como esos lienzos tejidos que por el frente muestran algún paisaje hermoso pero que por el revés dejan ver todos los nudos y maniobras que han sido necesarias para darle forma. Ante Dios, la obra se va realizando: un hogar luminoso y alegre, unos hijos que van creciendo con un sentido cristiano de la vida. Pero detrás de ello hay nudos y dificultades. Los momentos de vida espiritual que intento narrar son sólo episodios de una lucha donde a veces hay derrotas. Lo que importa, porque es lo que importa a Dios, es que la lucha sea constante, intensa, optimista, confiada, esperanzada y esperanzadora, tenaz y alegre.

La dimensión sociológica y psicológica

Por otra parte, también decidí escribir todo esto porque percibo en mi entorno mucha confusión sobre el concepto de paternidad y su importancia. Veo varios fenómenos que indican que muchos hombres no tienen ni idea de lo que es ser hombre, esposo y padre. Por ejemplo, la irresponsabilidad de los que abandonan a madre e hijos; la proliferación de medios artificiales para evitar el embarazo, lo cual conduce a un ejercicio irresponsable de la sexualidad, y también la poligamia vivida como un secreto a voces. Es claro que subyace en todo ello una crisis en la forma de entender la masculinidad y la paternidad.

No me extenderé en toda esa problemática social. Pero sí quiero mencionar que las ciencias sociales han hecho un papel estupendo en los últimos años. Han mostrado por diferentes vías que el padre es tan importante como la madre en el hogar y en la vida de los hijos. También han presentado datos convincentes sobre la importancia de la fidelidad conyugal y del matrimonio de uno con una, para siempre y abierto a la vida[4]. Dándolo por sentado, y esperando que esos estudios se traduzcan en modificación de políticas públicas y de paradigmas de educación, quise dar un paso más allá. Quise poner por escrito algunas reflexiones y meditaciones acerca de la implicación espiritual de ser padre y esposo.

Como decía San Josemaría Escrivá, las crisis mundiales son crisis de santos[5]. Esto significa que las crisis mundiales de cualquier tipo –políticas, económicas, espirituales, etc. – tienen su raíz en la falta de correspondencia de los hombres al llamado de Dios. Por lo tanto, la solución debe pasar por un compromiso personal para buscar la santidad. “Ahogar el mal en abundancia de bien”, es otra de sus frases, tan sustanciosa como retadora[6].

Las crisis mundiales se deben superar por elevación. Es decir, no se resolverán con ataques frontales de ningún tipo, contra nada ni contra nadie. Por elevación: pasando por encima del mal y encaminándose a lo más elevado de que es capaz el ser humano: la identificación con Jesucristo.

Así que este libro va dirigido a los hombres que quieren ir a las últimas consecuencias de su identidad como esposos y padres. En última instancia, para ser felices,  o bien nuestra actividad como padres sirve para santificarnos y santificar a otros, o habremos perdido el tiempo. Como todo lo humano, o sirve para acercarnos a Jesucristo, o siempre nos parecerá una actividad sin sentido.

En esta época de crisis de la masculinidad y, por ende, del sentido de la paternidad, me parece oportuno comenzar hablando sobre la importancia que Dios le da a la paternidad y del gozoso esfuerzo que cada padre debe hacer para identificarse con Cristo en su labor.

Una reflexión me inspira. Dios, en su omnipotencia, hubiese podido obrar la Redención sin Encarnación. Pero no fue así. De hecho, quiso que hubiese Encarnación, que el Redentor tuviese padre y madre y que juntos formasen la Sagrada Familia, modelo de todas las demás. Y San José jugó un papel importante en la formación de la Humanidad Santísima de nuestro Señor Jesucristo. De allí deducimos que ser padre tiene sentido y es importante. La paternidad, al igual que la maternidad, juega un papel relevante en la formación de los hijos de Dios. Toca a cada padre descubrir ese sentido en su propia experiencia.

Por otra parte, siempre he pensado que el amor humano ayuda a comprender el amor divino y que el amor divino ayuda a fortalecer y dar sentido al amor humano.

La vida del cristiano debe ser ese constante poner en perspectiva sobrenatural lo que acontece cada día. Con este libro quiero compartir lo que he visto cuando pongo delante de Dios mi labor como padre. Lo que resulta es lo más motivador que existe: ser padre es una maravillosa manera de buscar la santidad en medio del mundo. Ser madre también, por supuesto. Pero las circunstancias actuales que he señalado, siendo yo mismo esposo y padre, exigen que hablemos del padre porque es el gran ausente en la sociedad actual.

¿Qué es un padre? ¿Para qué sirve ser padre más allá de engendrar y aportar económicamente a la familia? Dios tiene la respuesta y la revela con su manera de amarnos, a través de Jesucristo; y también por medio de la figura de San José, nuestro padre y señor.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), números 2013-2014.

[2] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, números 96, 104 y 110, entre otros.

[3] CIC, números 1546-1547.

[4] Sugiero la lectura de: Poli, O. (2012), “Corazón de padre. El modo masculino de educar”; Alvare, H., Aguirre, M.S., Arkes, H. et al. (2007) “Matrimonio y bien común: los diez principios de Princeton” (2007); y Bradford Wilcox, W. (2006), “El Matrimonio importa”.

[5] San Josemaría Escrivá, Camino, punto 301.

[6] San Josemaría Escrivá, Forja, punto 864: “Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser anti-nada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad.”

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